Nuevamente fui convocada por la Fundación Ian. En esta
ocasión como Editora y persona con ECNE (parálisis Cerebral) para formar parte
de una capacitación dirigida a dibujantes de la Industria audio-visual
infantil. El propósito es brindarles información para que se animen a generar
contenido inclusivo respetuoso, desde una mirada realista y contundente.
A fines de 2019 Sheila Graschinsky (presidenta de Fundación
Ian) comenzó una de nuestras reuniones mensuales contándome este proyecto. Queriéndome
hacer partícipe me preguntó: “¿Te animás
a contar qué dibujitos animados veías cuando eras chica?” Como siempre, asentí
con una sonrisa. Pero mi interior se quedó maquinando ¿de qué me voy a
disfrazar? y casi me avergonzaba de tener que confesarlo. Había más de un
televisor en casa y para dos de mis tres hermanos (Ezequiel y Guadalupe) era su
chupete electrónico, pero la realidad era que ¡yo no miraba dibujitos animados!
sino que producía mis propios dibujitos.
Como mencioné en el artículo “Caminando la inclusión Un viajea mi infancia”, de pequeña tenía la tarea de regar las plantas de mi casa,
razón por la que tuve tiempo de observarlas y generar inconscientemente un
vínculo estrecho con ellas. En aquel momento lo plasmaba dibujando sobre papel.
De lo que hoy estoy sorprendida y al que por fin le puedo poner palabras.
Para los que no me conocen yo nací en tiempo y forma. Era una rubia de ojos muy claros con cachetes rozagantes. A los dos meses de vida un resfrío se transformó en angina. Custodiada mañana, tarde y noche por el Pediatra, con antibióticos de por medio, la angina siguió su curso y se transformó en una otitis, hasta llegar a una meningitis de carácter bacteriana. Estuve tres semanas internada, y producto de un paro cardio-respiratorio que duró 45 minutos entré en coma. Mis papás escuchaban a los residentes decir que si me salvaba iba a quedar en estado vegetativo de por vida.
Gracias a una intensa rehabilitación (que aún continúo) ese
supuesto “estado vegetativo” se transformó en una secuela psicomotriz con
dificultades moderadas para moverme, hablar y caminar. Una y otra vez escuché a
mis padres contar todo el proceso de mi enfermedad hasta llegar al diagnóstico.
Se ve que la posibilidad de quedar en “estado vegetativo” hacía eco entre mis
pensamientos. Siempre me daba placer el regar las plantas, estar al aire libre,
disfrutar del aire puro y de la luz del sol. Sólo que un día, cuando empecé a
estudiar en el colegio fotosíntesis comencé a descubrir que las plantas eran
seres vivíos, que respiraban, sentían y se movían como yo. La brisa o el viento
las podían mover para un lado, para el otro, sin embargo, nunca se caían,
aunque a algunas más débiles o golpeadas por un vendaval había que fabricarles
una especie de bastón sujetándolas muchas veces a un tutor. Sin embargo, en
general sus raíces eran más fuertes que mis pies y podían sostener a cualquier
vals tormentoso. Entonces comencé a tener la sensación de que las plantas en su
escaso lugar de fijación, tenían más libertad de movimiento que yo con mi
propio cuerpo.
Una sensación similar, en cuanto al equilibrio, vivenciaba
con los árboles. Con una salvedad que me perjudicaba. Los árboles mayores en
edad tenían la costumbre de expandir sus raíces en anchura y en altura logrando
levantar veredas y parques por donde uno circula. ¡Maldita costumbre de los
árboles! que refugiada en la ley de la naturaleza me robaban más atención en
relación a otros niños. Más de una vez, me han puesto entre la espada y la
pared teniendo que elegir entre prestar atención a ellos para no tropezarme y
dar por finalizado el juego con los otros niños o prestar atención al juego
para intentar ganar aún corriendo el riesgo de terminar en el piso. Odiaba mis
pantalones porque al poco tiempo de estrenarlos tenían que ser emparchados. Pero
lo más complicado era convencer a mis amigos, sobre todo en el colegio, que pese
a un tropezón podía seguir jugando, que yo iba a mi kinesióloga Lourdes quien
me había enseñado cómo caer para impedir lastimaduras mayores a la de un
raspón. Ellos en realidad no querían jugar conmigo por el posible reto de los
maestros. En consecuencia, había llegado a la conclusión que tenía un doble
público prejuicioso y debía armar una estrategia para convencerlos de que ¡yo
podía! Entonces armé una explicación universal, clara y concisa: “Yo soy como una muñeca de goma porque
cuando me caigo no me pasa nada. Me levanto y sigo.” Así fui generando posibilidades
de jugar, por un lado, más una resistencia al dolor, por el otro, donde lo que
más me daba bronca no era caerme ni lastimarme, sino mancharme la ropa o
romperme las medias cancán.
Aún argumentando que tenía siete vidas como los gatos, la
mayoría de los recreos los pasaba sentada en alguno de los canteros del patio
de la escuela que tenían varios tipos de árboles. Si no charlaba con algún
compañero o maestra que se acercaba, seguía observando la vida vegetal para evitar
miradas y burlas de niños desconocidos. Alguna vez me han dejado salir al recreo con
un cuaderno y lápices para tener un esparcimiento más oxigenado, momento en el
que la vegetación se tomaba de mi mano y por medio del lápiz y mi imaginación
lograba mayor trascendencia que tal vez su propia vida en el medio de un recreo
donde más de uno se las llevaba puestas.
En el grado siguiente al mío estaba Maxi. Él también tenía dificultades para caminar, pero no las tenía en su hablar. Se manejaba con bastones canadienses. Aunque cada tanto Max debía ser operado, nada le impedía patear penales con sus compañeros; eran cortos los períodos en que se lo veía sentado en los canteros.
A mediados de la década de los 80 el bum de los dibujitos
animados era: Los Pitufos, Los Ositos Cariñosos y Los He-mans. Recuerdo que a los
Pitufos se les asignaban nombres que describían características que podemos
tener las personas, por ejemplo: Pitufo Filósofo, Pitufo Tontín, Pitufo Gruñón,
Pitufo Valiente, Pitufo Bravo, Pitufo Goloso, Pitufo Bromista, Pitufo Chef,
Pitufo Vanidoso, Pitufo Fortachón, Pitufo Narrador y la Pitufina. Por ser nena, rubia y de ojos celestes yo me
identificaba con ella y con Valiente, ya que mis papás me decían que era muy
valiente: ¡siempre me animaba a todo! Igual ocurría en los ositos cariñosos:
estaban Alegrosita, Generosita, Divertosito, Tiernosito, Armoniosito,
Maravillosito... Sin embargo, aunque
trabajaban la diversidad en cuanto a las características de las personas no contenían
ningún tipo de accesorio utilizado por personas con dificultades físicas: audífonos
para escuchar, un bastón señalizador para personas ciegas… Papá Pitufo ha
llegado a tener que usar bastón, pero como adulto entrado en años, en ese
contexto no marcaba ninguna dificultad puntual. En mi caso, nunca necesité
ningún tipo de bastón, andador o silla de ruedas, pero sí usaba de día zapatos
ortopédicos (en aquel entonces con formato ortopédico 100%) y valvas nocturnas.
Me hubiera servido para identificarme que algún personaje caminara con
renguera, con un pie y las rodillas metidas para adentro o que tuvieran una
mano atrofiada. Pero yo sólo me encontraba con esa realidad frente al espejo.
Pienso que también hubiese sido de ayuda para que los niños sin dificultad
identificaran mi problemática con una visión mucho más natural sin hacerme
sentir un ser extraterrestre como ET o Alf con los cuales sí me sentía
identificada, sobre todo con la frase de Alf: “No hay problema” dado que yo
estaba más allá de los problemas comunes que tenían los chicos de mi edad.
Piensen que yo también iba a lo de Simón, mi psicomotricista y con él trabajaba
mucho dibujando entre lo que mi cerebro quería producir, entre lo que mi cuerpo
sentía y la capacidad que mi motricidad tenía para plasmar esas ideas. También
trabajábamos superar obstáculos en un determinado espacio, de modo que yo
estaba más allá de los problemas y las soluciones que la industria audiovisual
brinda como contenido educativo estándar. Con otro de los personajes que yo me
sentía identificada era con Orko de los He-mans. Orko era un personaje con capacidad
de hacer magia, pero por bromear los trucos le salían mal. A pasar de ello,
tenía muchos amigos…
Orko, en la serie, tenía la capacidad de volar y en formato
juguete traía un cinturón. Al tirar del cinturón se activaba un sensor que
hacía que él girase en el piso de manera circular. El mismo movimiento yo lo
podía reproducir sentada en el piso.
Desde este lugar invito a pensar: Qué pasaría si un personaje
en silla de ruedas tuviese poderes para convertir sus deseos en realidad, me
refiero a poder como sinónimo de “poder hacer” de “poder concretar”. No sería
lógico que los que demuestren ser sus verdaderos amigos adquieran también un
“poder” como sinónimo de “poder comprender” y de contribuir para hacer el bien como
“poder facilitador.” Me imagino miles de escenas inclusivas, solo creo que hay
que animarse a soñar con vuelo imaginativo que nos lleve a plasmar otras
realidades en el mundo de la ficción audiovisual infantil.
Por: María Inés Laborde
Una nota espectacular. Cuántos de nosotros los lectores no te llegamos ni a la suela de tus zapatos. Gracias Maine por compartir tanta sabiduría.
ResponderBorrarGracias . No sé quien sos.
BorrarExcelente reflexión, sobre la inclusión en los dibujos animados vs.infancia.Tengo el recuerdo de tu mirada cuando salias del aula para ir al recreo y de que alguna vez me has dicho "yo soy una muñeca...".Me maravilla tu actitud positiva y frente a las adversidades y todo lo que enseñas.
ResponderBorrarMaravillosa nota! Te admiro!!
ResponderBorrarMe siento orgullosa de haber sido tu profesora de corrección de estilo en la facultad. Jamás percibí que tuvieras problemas de inclusión, participabas de la clase todo el tiempo con comentarios atinados e inteligentes. Eras una alumna charlara, jaaaa! Felicitaciones por la nota!!!!!
ResponderBorrarGracias Andrea.
BorrarMuchas gracias Andrea
BorrarGenial maine cada día te admiro mas tia
ResponderBorrarSusana besos
Gracias tía
Borrarhermoso relato y hermosos recuerdos
ResponderBorrarel anterior fui yo, Jaime
ResponderBorrarMuchas gracias doc.
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