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La odisea de mis zapatos - Parte II

Finalmente terminamos comprando los zapatos clásicos que usaban todas las niñas a la hora de tomar su primera comunión. La parroquia Nuestra Señora de la Consolación es inmensa. Pero su belleza arquitectónica carecía, al menos en aquel entonces, de accesibilidad. El terreno de la parroquia tiene una cuadra de largo. El templo propiamente dicho tiene entrada por la Av. Scalabrini Ortiz. Mientras que el acceso a uno de los salones más grandes estaba sobre la calle Araoz.

Llegó el gran día. Toda vestida y peinada de punta en blanco comencé a caminar hacia la puerta de casa donde papá ya tenía puesto en marcha el auto. Me senté en el auto y cuando quise levantar mi pie izquierdo obviamente se me salió el zapato. Mi papá me dijo tranquila, antes de bajar del auto te lo calzo. En ese sentido, yo estaba tranquila. Mis papás sabían dominar mi pie izquierdo para calzarme, de hecho, así lo hicieron antes de que bajara del auto.

Las catequistas ya habían decorado el salón. Llegamos y ya estaban casi todos. Así que me senté en el asiento que me asignaron, a esperar las indicaciones para comenzar una larga travesía a recorrer.

Tuve el privilegio de tomar mi primera comunión con el Párroco Javier Castillo, quien además de sacerdote era amigo de la familia, uno de los pocos que se atrevió a conocerme descubriendo mis virtudes y defectos, mis potenciales y debilidades. Javi conocía de mi deglución atípica. Él fue quien me “autorizó” a masticar la hostia discretamente, para que no se me pegara en el paladar; el que me enseñó a sentarme para hacer la reverencia en vez de arrodillarme; el que me dejó juntar las manos para rezar a mi manera; y el que también cuando llegaba el momento de confesarme y yo le decía: “No sé qué contarte.” Me decía: “dale Maine, que somos pocos y nos conocemos”.

De pronto, entró Javier vestido de sacerdote, bendijo las velas que iluminarían nuestro camino hasta nuestros asientos en el templo y las cruces que nos colocaban nuestros papás. Nos reímos las veces que miramos el video porque el único papá que había acomodado el pelo de su hija luego de colocar el cordón con la cruz, fue el mío.

La primera odisea fue la compra de los zapatos. La segunda, fue trasladarnos del salón Araoz al templo. Para llegar de aquel salón al templo había que: salir del salón, bordear un arenero con piso resbaladizo, bajar una escalera sin baranda, atravesar un tramo del patio, subir otra escalera (por suerte con baranda), caminar por un pasillo largo y esperar en fila los chicos que íbamos a tomar la primera comunión junto a nuestros padres a que vengan las catequistas, a chequear que estén todos los chicos con las velas encendidas para bajar una escalera más que conducía, por fin, al templo. Díganme los que conocen la Consolación: ¿no podían haber hecho la previa en el salón San Agustín, ese que era amplio, que está pegado al templo, en vez de tener que recorrer semejante trayecto?

Todo había sido practicado por las catequistas con los chicos. Claro que sin túnica ni zapatos. Nosotros éramos la tercera familia que entraba por el pasillo central.

¡La alegría que me produjo ver a mis abuelos maternos sentados en el último banco! Tampoco puedo explicarles con palabras lo que disfrutaron ellos al ver como poco a poco iba transitando el mismo camino de mis hermanos mayores. Cuando mamá quedó embarazada de mi hermana menor era mi abuelo Yimi quien me llevaba a kinesiología. De su mano di los primeros pininos. De modo que para él tenía un significado especial el verme caminar.  

Por suerte, los organizadores tuvieron piedad y me asignaron el primer banco del pasillo central, del lado derecho, con salida directa al altar, al cual tuvimos que acercarnos varias veces, para llevar alimentos, consagrar nuestras hostias, etc.

La tercera odisea fue llevarle una flor de obsequio a María. Detrás del altar, en un entrepiso, estaba la imagen de María Nuestra Señora de la Consolación. La dinámica consistía en subir los dos escalones hasta el costado derecho del altar, subir una escalera con algunos escalones compensados hasta el entrepiso, dejarle la flor a María, hacer una reverencia, bajar la escalera por el lado izquierdo, bajar los escalones del altar y volver a nuestros asientos.

¡Me tocó la mejor catequista!: Karim Sempertegui, hija de Amalia y Walter, coordinadores de la Catequesis familiar. A Karim Sempertegui no la recuerdo pegada al Nuevo Testamento ni con el dedito acusador, sino como una catequista que nos preparaba desde su ejemplo, muy atenta al mundo de los chicos. Éramos un grupo reducido. nuestros padres eran amigos entre sí. Un sábado a la noche teníamos todos un cumple de quince. Karim sabía que sería un suplicio levantarnos el domingo a la mañana y la dinámica que preparase ella sería en vano. Nos propuso con la total anuencia de nuestros padres juntarnos al jueves siguiente en la plaza Campaña del Desierto a reponer la catequesis y de paso festejar con un pic-nic el día de la primavera. Inolvidable!!!!

Para subir a dejar la flor Karim me agarró de la mano. Subimos primeras y bajamos últimas. ¿Adivinen por qué…? En la mitad de la escalera se me salió el famoso zapato izquierdo. Nos hicimos a un costado para que el resto de los niños continuaran pasando. Mientras tanto nosotras sentadas en un rincón tentadísimas intentando colocar el zapato. Dicen que las carcajadas de las dos se escuchaban desde abajo. Tuvimos que esperar un rato para calmarnos. Sólo que esta vez, por mi cara de felicidad no nos retaron. Yo no sabía si dejarle a María la flor o mis zapatos, con la esperanza de que hiciese un milagro y me fuera más fácil usarlos. 

Moraleja

Ese día me sirvió para de grande ganarle al mercado que va cambiando de modelos años tras año para que uno se renueve consumiendo. Conozco una sola marca estandar en Argentina que hace calzados cómodos, que contienen al pie y que son estéticos en sus distintas variantes: abiertos, semi abiertos y cerrados. Pero hasta entonces, cada vez que conseguía en modelo Guillermina me compraba uno de cada color, en cuotas. Podía combinar y me duraban más. Ahora que compro en esa casa cara de excelente calidad, el zapatero dice que vale la pena cambiar media suela cada tanto, lo que me alivia económicamente. Los estiletos pueden quedar muy bonitos o estar de moda, pero claramente no son para mi tipo de pies y menos para un pie equino.

Reflexión

Con estas líneas invito a reflexionar a los confeccionistas de calzados. El fin es que se amplíe la variedad de modelos independientemente de la moda del momento. Mientras sigan pensando los recursos prácticos del abrojo solo para uso de bebés y adultos mayores; mientras no exista un término medio entre las zapaterías y las ortopedias, accesible a cualquier bolsillo vamos a estar lejos de usar la palabra inclusión como verbo, palabra que hace tanto eco en estos tiempos, pero a la que muchas veces se la lleva el viento.  

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Comentarios

  1. Querida Maine, como me hiciste reir!!!! Yo no sabia nada sobre la historia de los zapatos y tampoco lo q te ocurrió con Karim al llevar la flor a la Virgen. Pero lo q si me acuerdo y nunca me pude olvidar es como nos hiciste llorar a todos cdo Javier te dió la comunión. Fue tanta la emoción q todos estábamos con los ojos llorosos, ademas éramos todos amigos y quien no te podía querer Maine. Ese fue el ultimo año q coordinamos catequesis luego de 10 años. Te mando un beso gigante

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  2. Tu relato me hizo asociar el recuerdo de una famosa película " Mi pie Izquierdo" una historia verídica de un individuo con trastorno motor severo que solo podía utilizar el pie izquierdo
    Fijate si la podés conseguir
    Jaime

    ResponderBorrar

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