Finalmente terminamos comprando los zapatos clásicos que
usaban todas las niñas a la hora de tomar su primera comunión. La parroquia
Nuestra Señora de la Consolación es inmensa. Pero su belleza arquitectónica
carecía, al menos en aquel entonces, de accesibilidad. El terreno de la
parroquia tiene una cuadra de largo. El templo propiamente dicho tiene entrada
por la Av. Scalabrini Ortiz. Mientras que el acceso a uno de los salones más
grandes estaba sobre la calle Araoz.
Llegó el gran día. Toda vestida y peinada de punta en blanco
comencé a caminar hacia la puerta de casa donde papá ya tenía puesto en marcha
el auto. Me senté en el auto y cuando quise levantar mi pie izquierdo
obviamente se me salió el zapato. Mi papá me dijo tranquila, antes de bajar del
auto te lo calzo. En ese sentido, yo estaba tranquila. Mis papás sabían dominar
mi pie izquierdo para calzarme, de hecho, así lo hicieron antes de que bajara
del auto.
Las catequistas ya habían decorado el salón. Llegamos y ya
estaban casi todos. Así que me senté en el asiento que me asignaron, a esperar
las indicaciones para comenzar una larga travesía a recorrer.
Tuve el privilegio de tomar mi
primera comunión con el Párroco Javier Castillo, quien además de sacerdote era
amigo de la familia, uno de los pocos que se atrevió a conocerme descubriendo
mis virtudes y defectos, mis potenciales y debilidades. Javi conocía de mi
deglución atípica. Él fue quien me “autorizó” a masticar la hostia
discretamente, para que no se me pegara en el paladar; el que me enseñó a
sentarme para hacer la reverencia en vez de arrodillarme; el que me dejó juntar
las manos para rezar a mi manera; y el que también cuando llegaba el momento de
confesarme y yo le decía: “No sé qué contarte.” Me decía: “dale Maine, que
somos pocos y nos conocemos”.
De pronto, entró Javier vestido de sacerdote, bendijo las
velas que iluminarían nuestro camino hasta nuestros asientos en el templo y las
cruces que nos colocaban nuestros papás. Nos reímos las veces que miramos el
video porque el único papá que había acomodado el pelo de su hija luego de
colocar el cordón con la cruz, fue el mío.
La primera odisea fue la compra de los zapatos. La segunda,
fue trasladarnos del salón Araoz al templo. Para llegar de aquel salón al
templo había que: salir del salón, bordear un arenero con piso resbaladizo,
bajar una escalera sin baranda, atravesar un tramo del patio, subir otra
escalera (por suerte con baranda), caminar por un pasillo largo y esperar en
fila los chicos que íbamos a tomar la primera comunión junto a nuestros padres a
que vengan las catequistas, a chequear que estén todos los chicos con las velas
encendidas para bajar una escalera más que conducía, por fin, al templo.
Díganme los que conocen la Consolación: ¿no podían haber hecho la previa en el
salón San Agustín, ese que era amplio, que está pegado al templo, en vez de
tener que recorrer semejante trayecto?
Todo había sido practicado por las catequistas con los
chicos. Claro que sin túnica ni zapatos. Nosotros éramos la tercera familia que
entraba por el pasillo central.
¡La alegría que me produjo ver a
mis abuelos maternos sentados en el último banco! Tampoco puedo explicarles con
palabras lo que disfrutaron ellos al ver como poco a poco iba transitando el
mismo camino de mis hermanos mayores. Cuando mamá quedó embarazada de mi
hermana menor era mi abuelo Yimi quien me llevaba a kinesiología. De su mano di
los primeros pininos. De modo que para él tenía un significado especial el verme
caminar.
Por suerte, los organizadores tuvieron piedad y me asignaron
el primer banco del pasillo central, del lado derecho, con salida directa al
altar, al cual tuvimos que acercarnos varias veces, para llevar alimentos,
consagrar nuestras hostias, etc.
La tercera odisea fue llevarle una flor de obsequio a María.
Detrás del altar, en un entrepiso, estaba la imagen de María Nuestra Señora de
la Consolación. La dinámica consistía en subir los dos escalones hasta el
costado derecho del altar, subir una escalera con algunos escalones compensados
hasta el entrepiso, dejarle la flor a María, hacer una reverencia, bajar la
escalera por el lado izquierdo, bajar los escalones del altar y volver a
nuestros asientos.
¡Me tocó la mejor catequista!: Karim
Sempertegui, hija de Amalia y Walter, coordinadores de la Catequesis familiar.
A Karim Sempertegui no la recuerdo pegada al Nuevo Testamento ni con el dedito
acusador, sino como una catequista que nos preparaba desde su ejemplo, muy atenta
al mundo de los chicos. Éramos un grupo reducido. nuestros padres eran amigos
entre sí. Un sábado a la noche teníamos todos un cumple de quince. Karim sabía
que sería un suplicio levantarnos el domingo a la mañana y la dinámica que preparase
ella sería en vano. Nos propuso con la total anuencia de nuestros padres
juntarnos al jueves siguiente en la plaza Campaña del Desierto a reponer la
catequesis y de paso festejar con un pic-nic el día de la primavera.
Inolvidable!!!!
Para subir a dejar la flor Karim me agarró de la mano. Subimos primeras y bajamos últimas. ¿Adivinen por qué…? En la mitad de la escalera se me salió el famoso zapato izquierdo. Nos hicimos a un costado para que el resto de los niños continuaran pasando. Mientras tanto nosotras sentadas en un rincón tentadísimas intentando colocar el zapato. Dicen que las carcajadas de las dos se escuchaban desde abajo. Tuvimos que esperar un rato para calmarnos. Sólo que esta vez, por mi cara de felicidad no nos retaron. Yo no sabía si dejarle a María la flor o mis zapatos, con la esperanza de que hiciese un milagro y me fuera más fácil usarlos.
Moraleja
Ese día me sirvió para de grande ganarle al mercado que va
cambiando de modelos años tras año para que uno se renueve consumiendo. Conozco
una sola marca estandar en Argentina que hace calzados cómodos, que contienen
al pie y que son estéticos en sus distintas variantes: abiertos, semi abiertos
y cerrados. Pero hasta entonces, cada vez que conseguía en modelo Guillermina
me compraba uno de cada color, en cuotas. Podía combinar y me duraban más. Ahora
que compro en esa casa cara de excelente calidad, el zapatero dice que vale la
pena cambiar media suela cada tanto, lo que me alivia económicamente. Los
estiletos pueden quedar muy bonitos o estar de moda, pero claramente no son
para mi tipo de pies y menos para un pie equino.
Reflexión
Con estas líneas invito a reflexionar a los confeccionistas
de calzados. El fin es que se amplíe la variedad de modelos independientemente de
la moda del momento. Mientras sigan pensando los recursos prácticos del abrojo
solo para uso de bebés y adultos mayores; mientras no exista un término medio
entre las zapaterías y las ortopedias, accesible a cualquier bolsillo vamos a
estar lejos de usar la palabra inclusión como verbo, palabra que hace tanto eco
en estos tiempos, pero a la que muchas veces se la lleva el viento.
Querida Maine, como me hiciste reir!!!! Yo no sabia nada sobre la historia de los zapatos y tampoco lo q te ocurrió con Karim al llevar la flor a la Virgen. Pero lo q si me acuerdo y nunca me pude olvidar es como nos hiciste llorar a todos cdo Javier te dió la comunión. Fue tanta la emoción q todos estábamos con los ojos llorosos, ademas éramos todos amigos y quien no te podía querer Maine. Ese fue el ultimo año q coordinamos catequesis luego de 10 años. Te mando un beso gigante
ResponderBorrarGracias Ama. Un abrazo giganto. Tqm
BorrarTu relato me hizo asociar el recuerdo de una famosa película " Mi pie Izquierdo" una historia verídica de un individuo con trastorno motor severo que solo podía utilizar el pie izquierdo
ResponderBorrarFijate si la podés conseguir
Jaime
Gracias. La ví hace muucho
BorrarLa vi de chica. Es muy buena ingual que la pelicula "Darse cuenta"
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